martes, 9 de febrero de 2010

Uruguay (Relato)

Una vez viajé a un país muy lejano llamado República Oriental del Uruguay. Ahí me enojé, me alegré, me emborraché con una auténtica cerveza que poco tenía que ver con nuestra rubia porteña y asusté a muchas morenas que se paseaban por la playa. Fui un loco emborrachado de esa arena que iba de mina en mina, de escote a escote salpicando a toda esa mujereada. Fui tosco y atrevido. Cantante de aberraciones que jamás hubiera cantado. Fuí extrovertido y me conseguí a una minita que me llevó tras la duna de Santa Teresa, de Cabo Polonio y de la hippie y legendaria Valizas; en donde la dejé plantada algunas veces por culpa de la muerte natural diaria.
Entre noche y bailanta un día me encontré una duna en el camping. Era una duna pequeña y de poca altura que alojaba a un ejército de termitas asesinas, que dicho sea de paso, amenazaba con devorar mi carpa. Mi lecho de muerte si no hubiera dormido por esa noche en otra parte bajo el lienzo estrellado en el cabo de Valizas. Fuí un loco motorizado porque me compré una moto e hice el camino de El Caracol a 150 por hora. No me estrolé con una vaca porque justo un toro se la montó increíble y la empujó hacia adelante. Una seguidilla de balnearios con escoria argentina me escupió hasta Punta del Este. Al darme asco toda esa gente di media vuelta y le metí pata por la 9 hasta el Chuí para comprarme granadas, ametralladoras automáticas y un limón. Al faltarme bolso descubrí a una cheta que dejaba colgar de su mano una cartera abultada y de boluda. El zarpazo siniestro me costó un insulto y una exagerada llorisqueada de niña tonta. Por la noche llegué a las ondulaciones más pronunciadas del país. Recordé a Rebecca y clavé tres escarbadientes en el cítrico para suspenderlo en un vaso a modo de representación de su cerebro. Creo que esa noche no faltó nada.
Vacié la cartera de la cheta sobre la tierra y comencé a destrozar el montón de edificios de enfrente. Más aliviado por el buen acto regresé al Polonio para nadar con lobos marinos.



©: Felipe Herrero, 2010. Este relato forma parte del libro de cuentos "Urugay".

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