viernes, 3 de mayo de 2013

PUBLICACIÓN (Reedición)
















plaqueta (poemas)
Año: 2013
Ed: Melón editora
Colección: colección dos líneas de poesía
48 Páginas




inflan el pecho de flores tristes y tiran
y se llenan los cristales de las mentes
con esbeltos pensamientos que los rifles, no revelan,
sellados para siempre bajo el recuerdo ordinario
de una baja inagotable de ganado al trote
no son asesinos
son soldados


*  *  *


Presentación

Legua roja son los primeros poemas publicados por Felipe Herrero, con anterioridad en tres conjuntos narrativos: Agua marina, Otoño y olvido y Bajo nieve abordó una prosa profundamente lírica.
Esta voz de Legua roja trae cierta remembranza de aquel poeta demiurgo que propusiera el Creacionismo, porque Herrero logra aquí la construcción de un mundo autónomo con sus propios referentes y este es uno de sus grandes aciertos poéticos. No es poesía para ser interpretada, solo puede interpretarse en la medida que se conciba como mundo creado, lo que ha sido logrado por Herrero tomando viejos sistemas de significación y este es otro de sus aciertos.
En este espacio, la guerra invade una naturaleza que pervive incluso a la muerte del hombre. Ese universo bélico oscurece una naturaleza capaz de continuar como testigo del hombre que va cayendo. El eterno hombre soldado de las mil guerras, de la de ayer, de la del futuro, de la de hace un instante recorre el camino de este poema épico donde la metáfora de esa eterna guerra se devela como patrimonio humano.
Poema épico porque por debajo de lo lírico corre una narración que es en la que se van descubriendo los viejos sistemas de significación, especialmente el bélico, el amoroso, con menor intensidad y el de la muerte. Sin embargo, sería pobre decir que esos viejos sistemas de significación se reducen a estas temáticas, se refieren también a un ambiente, principalmente a una selección de imágenes que establecen una vinculación con un gusto pasado, hay muchos versos que remiten a ambientes de mediados del XX, hay algo —de aquello tan viejo en literatura— que es el poeta parricida que reverencia lugares y tiempos anteriores. Esa reverencia está apostando a la configuración de este mundo poético, abriendo el espacio de lo eterno, del eterno retorno de las formas pasadas y es en ellas que la guerra, el amor, el horror, la naturaleza, lo humano cobran su verdadera dimensión en el objeto estético de Herrero: la poesía y el poeta mismo.
Las divinidades —dioses vagos— dirigen ese gran escenario, espectadores del pisoteo de muerte, allí, donde —a pesar de Ella— las flores rojizas como dice el poema, pincelan el fango. La naturaleza ensangrentada sobrevive al hombre a través de un tiempo que en la poesía de Herrero se hace geografía puntuando historias. La naturaleza se acopla a la guerra, a la sobrevivencia, esa integración la masacra pero continúa siendo más fuerte. Esas divinidades vagas que aparecen en los versos no son su creación, la naturaleza puede aún deparar un escenario donde caer, al menos ofrecer “soledades azules”. Siempre habrá vagabundos “dioses tarados” que nos destruyen, incinerando “libros de libros” en medio de una naturaleza expectante.
El amor —otro de los temas meridianos de esta obra— surge también como un acto de violencia. En estos versos llenos de “tempestades de granadas” y “estelas” que llegan para “amasijar entrañas”, ese amor está presente porque “el hombre no es ganado” y puede pensar y puede crear y volver “al origen de lo que nunca acaba”, para ejercer de testigo ante la muerte y el horror. El poema épico cierra narrando la esperanza, poema cíclico, volvemos al agua primigenia. Ya antes del descanso de la página en blanco, del paréntesis que no ofrece el texto, había aparecido la imagen nueva: el poeta, otra vez y una vez más, el “cósmico zorzal que aterriza / en el campo minado”. Poeta capaz de interceptar a la muerte, poeta denuncia, poeta naturaleza, poeta elipsis.
Cuando los versos de esta legua roja van pasando por nosotros, este amor demora en surgir, parece no mostrarse, no querer dejarse ver. Sin embargo, una vez que los versos han pasado, la lectura descubre en esa épica un amor, fugitivo, que de forma subterránea, transita a través de hipálages que van configurando el universo natural de esta poesía de Herrero. Luego de la página en blanco, casi al final de la obra, surge también la reflexión en su per curso lírico, el camino que muchas veces ha tomado el poeta sensible, aquel que por el Adriático viaja como Madieri lo hiciera, como otros
creadores antes, como otros ahora escribiendo la “oda verde”. Herrero también ha transitado y ha sido capaz de llevarnos al horror más duro del hombre por geografías e historias conocidas. Nos recuerda, nos hace presente de los que somos capaces, lo que no debemos olvidar, creadores de dioses monstruosos, mundo destrozado cada dos minutos.
En su obra anterior ya cobraba importancia el color, en esta legua que mide geografías y tiempos del hombre, el rojo acuña la naturaleza destructora de la humanidad pero, a la vez, y aunque Herrero señale en otro lugar que el rojo para él se relaciona con la muerte y con el fin del ciclo menstrual, es también la señal de ese ciclo reproductivo y su existencia marca la esperanza. De cualquier forma en su poesía —poesía para transitar, circular por sus versos— solo el poeta puede escribir la salvación, zorzal redentor.

Elvira Blanco