Intentaba a toda costa mantener los ojos abiertos, pero la densa mañana y el sueño insatisfecho le hacía descender los párpados. El pequeño bote los alejaba del trasatlántico rumbo a la playa y a cada paso, el joven sentía la cercanía de aquél pueblo que lo había visto nacer. La espuma salada sobre los labios como aquél recuerdo el de un niño tímido y miedoso junto al mar, lo exponía a nuevos desafíos. Eso le marcó una risa en la cara, una risa entera que ella entendió como el comienzo de las vacaciones.
La joven lo espiaba desde la tenue sombra de un paraguas. Los ojos grandes y verdosos acechaban bajo la fresca protección solar. Tan silenciosa ante el paisaje desconocido, tan reservada y apenas con una mueca trémula en la cara, como si el mundo y el lugar, como si la mañana del mar pudiera olvidarse en una mueca. El nuevo paisaje la exponía a una contemplación que ella prefería obviar, tenía miedo y no sabía de qué. La mañana marina la abrazaba pero ella no entendió ese abrazo y siguió guarecida bajo la sombra del paraguas.
Por lo pronto él volvía a nacer, volvía a inflar el pecho con aire puro y olvidado de sus primeros días en el pueblo marino. Inhalaba hondo pero pausado y el olor de la sal con un dejo de flores lo empezó a engatusar sobremanera. A cada paso, a cada costosa brazada del pobre remador, el joven sentía como el recuerdo empezaba a pintar la delgada plancha de su memoria en blanco. ¡Al fin era libre! ¡Por fin otra vez libre rumbo a su costa amarilla!
La joven lo espiaba desde la tenue sombra de un paraguas. Los ojos grandes y verdosos acechaban bajo la fresca protección solar. Tan silenciosa ante el paisaje desconocido, tan reservada y apenas con una mueca trémula en la cara, como si el mundo y el lugar, como si la mañana del mar pudiera olvidarse en una mueca. El nuevo paisaje la exponía a una contemplación que ella prefería obviar, tenía miedo y no sabía de qué. La mañana marina la abrazaba pero ella no entendió ese abrazo y siguió guarecida bajo la sombra del paraguas.
Por lo pronto él volvía a nacer, volvía a inflar el pecho con aire puro y olvidado de sus primeros días en el pueblo marino. Inhalaba hondo pero pausado y el olor de la sal con un dejo de flores lo empezó a engatusar sobremanera. A cada paso, a cada costosa brazada del pobre remador, el joven sentía como el recuerdo empezaba a pintar la delgada plancha de su memoria en blanco. ¡Al fin era libre! ¡Por fin otra vez libre rumbo a su costa amarilla!
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©: Felipe Herrero, 2010. Este primer capítulo corresponde a la nouvelle "El mar en un nervio de mujer".
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