lunes, 12 de enero de 2009

Los ojos de mi hermano


… para Pascual.


Del día; un vago recuerdo de tonos coloridos en la plaza.

Luego de la cena en familia. Luego de que mi hermano iluminase sus ojos ante la blancura de esta noche universal. Me aparecí a su lado para charlar un poco.
Nos alejamos de la casa inmediatamente. Del pueblo más apartado del mundo, un silencio. Partimos hacia la montaña, donde la charla entre el viento y la hierba acuna a los pájaros que allí descansan. Descalzos —ya que la pobreza nos obsequia el duro tacto con la filosa roca— caminamos sin prevenir el naciente sonido de un rápido. Aquí las horas se detienen, el tiempo deja de latir al rítmo que exige la Capital; adquiere otra cadencia y nunca se agota. El tiempo se aferra a la nieve de la cumbre y suspira.

Entonces mi hermano se sienta sobre una roca; mira como el agua corre hacia el desconocido valle. Me acuclillo junto a él y sonrío. En lo alto, la luna juega nuevamente a atravesar la cúpula estrellada. Silenciosa, avanza hacia una lejana desaparición. Y ahora, cuando el ruido es solo aquél que emite el agua con la roca, los ojos de mi hermano se clavan en los mios. Observa atentamente. Y todo en silencio me cuenta sobre la vida y sus humanos.

Mariposas se desprenden de las ramas, incoloras nieves que aletean hacia la libertad. Pero aun así mi hermano fija la mirada en la mía; arriesgo a pensar que centra la atención en mi mente. Él sabe que algo me persigue, y que pronto el anochecer eterno asfixiará mi vida. En aquél momento en el que mis padres decidan transportarme a la Capital por mis estudios. Aquél día mi hermano correrá a las alturas para amargarse, para llorar por la pérdida de su hermano más grande. Por la pérdida de esta sencillez que nos une; ya que nunca volveré a observar las cosas de la misma manera que hoy día las observo. Ya, cuando viajé hace algunos años a la Capital para conocer a su gente, nos costó reencontrarnos en la mirada; la charla predilecta de una hermandad. A medida que mi alma adoptaba la serenidad del norte, del mismo modo conseguía complicidades amistosas con mi hermano. Hasta que al fin un día, descubrí que mi hermano reía conmigo.
Ahora cree que me perderé de nuevo. Pero… ¿Cómo perder la tierna mirada de un hermano? Solo pensar en ella me traerá la tranquilidad de toda la montaña. ¿Cómo perder los ojos de mi hermano por segunda vez? ¡Nunca ocurrirá tal cosa! Y si el mundo pampeano me esclaviza, si es real y me secuestra y me rompe en mil pedazos para siempre. Aun así, sabré que mi hermano corre con el pecho hinchado de natural por las montañas.

Eso me dará tranquilidad.


©: Felipe Herrero, 2009. Este texto forma parte del libro de cuento y relato "Cachi. Un pueblo en las alturas".

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