El otro día, cansado de vagar por la soledad de mi cuarto, sin nada que hacer más que recostarme en la cama, con dificultad y exagerados gemidos. Extraje de la mesita de luz la revista que compro los domingos por la mañana en la esquina.
Al bucear en las páginas me detengo en una, por el simple hecho de encontrar en ella un mensaje que se acomoda a lo absurdo; pero lo absurdo plagado de tristeza. Son aquellos mensajes que la gente solitaria entiende más allá de lo que los publicitarios quieren que se entienda. Son palabras para la gente que confía en la otra gente.
Juntá puntos y elegí uno de estos increíbles premios.
La página, empapada de un color claro, cercano al lugar que corresponde al tono de la crema vencida, exhalaba un vicio desesperante.
No solo te premian por consumir. A ello debe agregársele un plus. Hoy en día, a uno lo premian por destruirse.
¿Qué otro deseo que quedarme en casa? ¿Qué otro elemento llamativo puede atraerme hasta pincharme el órgano bombeador?
Prefiero quedarme en lo mío y destruirme solo. Prefiero saber que la soledad destruye a no saber que lo social también lo hace.
Prefiero ser consiente de mi muerte futura.
Me llaman Abuelo Pedro.
©: Felipe Herrero, 2009. Este texto forma parte del libro de cuento y relato "Agua marina".
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